Inicio Cultura Las noches en el Centro de Barranquilla, de verlo a sentirlo

Las noches en el Centro de Barranquilla, de verlo a sentirlo

Por: Eduard González Bautista

De niño, ir de compras con mis padres al centro de Barranquilla era una aventura épica. ¡Ah, cuántos recuerdos! La emoción comenzaba desde la preparación: elegir ropa cómoda pero presentable, siguiendo el consejo de mi madre: “Como te ven, te tratan”. Y, por supuesto, las recomendaciones de rigor: “¡No se suelten de la mano!”, “¡No toquen los productos de la vitrina!”.

Recuerdo el bullicio, la sinfonía de voces y pregones que rebotaban en las paredes de los almacenes: “¡Barato, barato!”, “¡Llévatelo, mi amor!”. El aire olía a fritos, a cuero nuevo, a telas recién desempacadas. Era un laberinto de colores y sabores donde cada esquina tenía su historia.

Cuando crecí, el centro de Barranquilla pasó de ser un parque de diversiones a mi primer empleo. Fui pregonero, organizador de bodegas y hasta “patinador”, esos chicos que cruzaban la calle con la agilidad de un funámbulo, buscando el color exacto de una blusa o la talla precisa de un zapato. Allí entendí que el centro no era solo un lugar de compras, era el alma misma de la ciudad.

Y qué decir de sus edificios, esos gigantes de concreto y ladrillo que guardan secretos de otra época. Años atrás, cuando recibí el diagnóstico de que perdería la vista, tomé una decisión: absorber con mis ojos cada detalle del centro. Me planté frente a la iglesia de San Nicolás, dejando que su imagen se grabara a fuego en mi memoria. Repetí el ritual con cada edificación, ignorando los letreros y vitrinas, elevando la mirada para atrapar la belleza que la rutina suele invisibilizar.

Hoy, cuando camino por el centro, mi mirada es otra. No veo con los ojos, pero lo recreo en mi imaginación. Los sonidos, los aromas, las texturas bajo mis manos… todo me devuelve a ese universo que creí perder. La gente me observa con curiosidad, algunos con lástima. Pero yo sigo adelante, porque el centro, aunque mis ojos no lo vean, sigue latiendo dentro de mí.

Me han contado sobre los cambios radicales que están ocurriendo en el centro histórico, impulsados por el alcalde Alejandro Char: la recuperación de la Plaza de San Nicolás, la transformación del mercado en el Gran Bazar, las intervenciones proyectadas en La Magola… Todo forma parte de un plan que busca darle a Barranquilla un centro digno de su historia.

Esta noche me sumergí en la actividad organizada por la Alcaldía Distrital para disfrutar del centro de Barranquilla de noche, y lo confirmé. Me atreví a explorar la Plaza de San Nicolás en la noche, un territorio que antes solo transitaba de día. La brisa, los artistas y la música carnavalera, la alegría de la gente… todo era un espectáculo vibrante. Me sentí extraño, pero feliz. Porque el centro que conocí, el de mis recuerdos, está renaciendo.

El centro de Barranquilla es un mosaico de memorias y transformaciones, un testigo de quienes fuimos y un reflejo de lo que podemos ser. Ojalá que este renacer no sea efímero, que más allá de las obras construyamos un sentido de pertenencia que trascienda gobiernos y generaciones.

Porque el centro no es solo calles y edificios, es la historia de una ciudad que no se rinde. Y aunque no pueda verlo, lo sigo sintiendo en cada paso que doy.