
Por: Editorial Macondo Noticias
Estados Unidos ha encendido las alarmas. La llamada a consultas del Encargado de Negocios interino en Bogotá es una señal inequívoca de que las relaciones bilaterales atraviesan su momento más delicado en décadas. El mensaje del secretario de Estado, Marco Rubio, no deja lugar a interpretaciones: las declaraciones del gobierno colombiano son vistas como “infundadas y reprensibles”, lo que equivale a un portazo diplomático en la cara del Palacio de Nariño.
El detonante de esta tormenta fue la filtración de unos audios del excanciller Álvaro Leyva, en los que se refería abiertamente a un supuesto golpe de Estado contra el presidente Gustavo Petro. Lo más grave no es la existencia de una narrativa conspirativa, sino que Leyva afirmó estar en contacto con congresistas estadounidenses como Mario Díaz-Balart y el propio Marco Rubio.
La reacción no se hizo esperar. Carlos Giménez, otro congresista estadounidense, respondió con una descarga verbal sin precedentes: “Petro es un drogadicto corrupto, patético, incompetente y peón de Maduro”. Nunca antes desde Washington se había utilizado semejante lenguaje para referirse a un presidente colombiano en ejercicio. Los canales diplomáticos se están erosionando con una velocidad alarmante, y la retórica de confrontación se ha vuelto la norma en lugar de la excepción.
Esta escalada ocurre en un momento de vulnerabilidad para la administración Petro: con una reforma pensional al borde del colapso jurídico, una cancillería en crisis tras la renuncia de Laura Sarabia, y crecientes dudas sobre la transparencia del programa de “paz total”, lo último que necesitaba el Gobierno era una ruptura con su aliado más importante.
Washington no ha roto relaciones. Pero la retirada temporal de su representante en Bogotá y la declaración oficial de “preocupación profunda” por el estado de las relaciones bilaterales no pueden minimizarse. Esta es una crisis diplomática en toda regla, provocada por irresponsabilidad política, declaraciones temerarias y un desprecio alarmante por los códigos básicos de la diplomacia.
Colombia, en un mundo donde la geopolítica cambia minuto a minuto, no puede darse el lujo de convertir a Estados Unidos en un adversario. Las diferencias ideológicas son comprensibles, incluso esperables. Pero los errores diplomáticos —y peor aún, las invenciones irresponsables sobre golpes de Estado— son imperdonables.
Si el presidente Petro no asume el control inmediato de su política exterior, el país podría enfrentar un aislamiento internacional de consecuencias incalculables. No basta con acusar a la “ultraderecha gringa” ni con victimizarse frente a cada señal de alerta: se trata de corregir el rumbo antes de que sea demasiado tarde.













































