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Estatuas que rompen nuestros cascarones

Por Luis Estren Bolívar

El poder de un bronce que habla
Barranquilla despierta un día y, en su hermoso malecón, ya se alzan gigantes: Sofía Vergara, Shakira, y pronto, otros hijos e hijas de este terruño. Para algunos, Alejandro Char —impulsor de estas esculturas— puede parecer un simple “figurero”. Pero lo que propone es más que márketing: es un salto simbólico, casi cultural, hacia una galería pública que grita: “¡Mira lo que somos, lo que podemos ser!”

Estas estatuas no son solo bronce. Son un espejo incómodo. Nos muestran algo que a veces evitamos: que sí es posible lograr algo grande aquí. Que la cuna no determina el techo. Y que, incluso desde esta tierra de calor y carnaval, se puede llegar al mundo.

La ciencia detrás del orgullo colectivo
Esto no es solo estética, es infraestructura emocional y social. Diversos estudios sobre arte público lo respaldan:

Una investigación en Wellbeing, Space and Society demostró que las galerías urbanas mejoran significativamente la percepción de bienestar colectivo y la confianza en el futuro comunitario. En Cincinnati, los murales callejeros ayudaron a aumentar la cohesión social y la revitalización económica, incluso en barrios marcados por la violencia. En Texas, el arte y la cultura aportan más de 7.3 mil millones de dólares anuales a la economía estatal.

Una estatua, bien puesta, puede valer más que mil discursos políticos.

Barranquilla rompiendo su propio cascarón
Nuestra ciudad es alegría, ritmo, color… pero ¿es también ambición? ¿Es memoria? ¿Es orgullo colectivo?

Cuando el malecón exhibe a Sofía, a Shakira o a El Joe, no se trata solo de turistas posando. Es un mensaje claro:
“Ellos nacieron aquí, caminaron estas mismas calles y llegaron más lejos de lo que creímos posible.”

Y eso —por más que duela admitirlo— nos obliga a soñar en grande o aceptar que elegimos quedarnos pequeños.

Una invitación radical
El malecón no es solo un paseo. Es una idea viva. Nos sacude con un grito silencioso:
“Sal de tu molde. Rompe tus límites. Construye algo que valga.”

Quien critique estas estatuas por “banales” quizás aún no ha entendido que una ciudad que celebra a sus grandes es una ciudad que aprende a crecer.

Un sueño de bronce
Estas esculturas no son solo esculturas: son faro, escuela, altar laico del orgullo colectivo.
No te invitan solo a mirarlas… te invitan a hacer algo digno de ser mirado.

Y si me lo permiten decir, algún día quiero estar ahí, en ese malecón. No como bronce frío, sino como la prueba viva de que un barranquillero —contra todas las estadísticas— también puede volverse un sueño tallado en la historia.

Y recuerden: el sol sale para todos en esta bonita ciudad.
JUST TRY IT, NOJODA’.