Por Editorial Macondo Noticias
Colombia amanece con malas noticias para el corazón de su economía rural: el precio del café ha caído a niveles no vistos desde noviembre de 2024, mientras el dólar vuelve a sacudirse en los mercados por cuenta de las tensiones diplomáticas entre Gustavo Petro y Donald Trump. Dos fenómenos que, aunque parecen distantes, están profundamente conectados: muestran a un país agrícola atrapado entre el vaivén del clima, la dependencia de mercados externos y la incertidumbre geopolítica.
El 1 de julio, la carga de café colombiano se cotizaba en $2.328.000, una caída de más de $550.000 en apenas veinte días. El precio internacional de la libra en la Bolsa de Nueva York también se desplomó, ubicándose en US$2,91, rompiendo el piso de los tres dólares. Esta doble contracción —en lo nacional y lo global— ha comenzado a golpear el bolsillo de miles de familias cafeteras, justo cuando se esperaban mejores noticias para la segunda mitad del año.
Las razones de esta baja son múltiples. El exceso de lluvias y nubosidad ha retrasado la cosecha y afectado los rendimientos, mientras la apreciación del peso colombiano frente al dólar recorta el ingreso de los exportadores. A esto se suma la presión global por el aumento de la oferta en países asiáticos como Vietnam, lo que ha llevado a una sobreoferta internacional que derrumba los precios.
Pero el escenario se complica aún más cuando miramos la volatilidad del dólar, que este 8 de julio cerró a $4.051,63 en medio de una tormenta diplomática entre el gobierno colombiano y el expresidente —y nuevamente candidato— Donald Trump. La tensión entre ambos, alimentada por las acusaciones cruzadas sobre injerencias y golpes de Estado, no solo impacta la confianza de los inversionistas, sino que amenaza con reactivar viejos temores de represalias comerciales.
Trump ha anunciado aranceles del 25 % a las importaciones de Japón y Corea del Sur, y ha advertido con sanciones similares a países del grupo BRICS o que, en sus palabras, “se alineen con políticas antiestadounidenses”. En ese tablero, Colombia —que ya fue castigada durante un episodio similar en la exportación de flores— camina por una cuerda floja. Un nuevo arancel sobre productos colombianos podría golpear directamente al café, justo cuando los precios ya están por el suelo.
Mientras tanto, los productores ven cómo el clima castiga las floraciones, la demanda internacional se desacelera y los precios no cubren los costos de producción. El Departamento de Agricultura de Estados Unidos ya proyecta una reducción de 700.000 sacos en la producción colombiana para 2025, y las exportaciones podrían caer en medio millón de sacos adicionales.
El país, en lugar de blindar su café con acuerdos comerciales estables y políticas de protección interna, se encuentra enfrascado en disputas ideológicas, improvisaciones diplomáticas y discursos que siembran desconfianza. La economía campesina no resiste tanta volatilidad: ni la climática, ni la monetaria, ni la política.Colombia necesita con urgencia un gobierno que entienda que las relaciones internacionales no son un escenario para el ego político, sino una herramienta para proteger a sus sectores productivos. El campo no puede ser víctima del ruido diplomático ni de las torpezas ideológicas. Porque mientras en las ciudades discutimos aranceles y divisas, en las montañas del Eje Cafetero se están perdiendo cosechas, ingresos y futuro.














































